Orar con el arte

El Lavatorio Tintoreto. Museo del Prado

El Lavatorio Tintoreto. Museo del Prado

El Maestro se viste con ropas de siervo. Con agua lava los pies de sus discípulos, con la esperanza de que aquel gesto pueda poner fin a tantas discusiones sobre quién de ellos es el más importante. Ora por ellos, para que después de su partida no se dispersen sino que puedan permanecer unidos.

 

Después de este gesto, ¿quién será el primero en hacer lo que Jesús ha hecho? Las palabras de Jesús son claras: “Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros os los debéis lavar unos a otros”.

 

Dios se agacha para que podamos encontrarle muy cerca. Lava los pies, la parte de nuestro cuerpo que más está en contacto con la tierra. Jesús nos da ejemplo. Ahora, meditemos: Disponte a abrazar tus pies cansados, tus heridas, inclínate para acariciar las heridas de tu prójimo; busca tu curación. Acaricia y compréndete con misericordia; acaricia y comprende con misericordia a tu prójimo.

 

Jesús es la luz del mundo, quien le sigue no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida. En la noche más oscura, la luz del servicio y del amor gratuito alumbra un mundo nuevo. Una novedad que sólo pide una cosa: la adhesión a la persona de Jesús. Cristo nos llama, nos elige y no nos abandona. El nos ha amado el primero y hace de nosotros miembros de su cuerpo que se prolonga en la Iglesia. Una Iglesia puesta en el mundo para servir.

Observa a la derecha de la escena a Pedro con el barreño de agua y la toalla. Jesús insiste, el apóstol se resiste, pero acaba por ceder. Imagina que ocupas ahora el lugar de Pedro, exprésale a Jesús tus resistencias y tus dudas. Cristo se acerca y te ama el primero, él viene a perdonar tus culpas y curar tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, de los pies a la cabeza te corona de amor y de ternura.

 

Jesús pudo lavarle los pies a Pedro como hizo con todos. Ora también por él y por tí, ora para que su fe no desfallezca, para que pueda fortalecer a sus hermanos. Pedro ve el gesto de Jesús, pero todavía no comprende todo. Como nosotros. Ve también a los demás discípulos lavados o preparándose para ser lavados. Allí están: Andrés, su hermano, a quien él quizá no había hecho nunca lo que Jesús acaba de hacer; allí está Juan….e incluso Judas, con quien el Maestro se mantuvo incondicionalmente fiel a pesar de su infidelidad.

 

Sí, Judas está ahí, en el fondo izquierdo junto a una columna, su pecado le aísla, le lleva a la desesperación, ¿qué hace ahí, porqué Jesús no se deshace de él si intuía que le iba a traicionar? Jesús no ha negado la comunión en su cuerpo ni siquiera al traidor. Dios es así, su amor y su fidelidad es infinita para con todo su pueblo. Judas no era del todo libre sino que el maligno había ocupado su corazón, engañándolo hasta el extremo. Trata de desenmascarar las tretas con las que el maligno busca confundirte y alejarte de Cristo y de la Iglesia. Confíate a la oración de Jesús que ora por ti al Espíritu de Cristo que habita en ti para conducirte a la verdad y la vida.

 

Mira por último los discípulos dispersos en la escena, todos tienen nombre, todos han sido llamados a la mesa común con Cristo, como tú, como yo, mira la mesa dispuesta para que cada uno ocupe su sitio, para que vengan los excluidos, los pobres, los tristes, los enfermos, los pacíficos, los misericordiosos, los bienaventurados e incluso los pecadores, a ocupar su lugar. El pan compartido nos dice las riquezas justamente compartidas y la comunión con Dios. La conversación en torno a la mesa de Pascua, es imagen de la conversación con la Trinidad que nos espera. Imagina otros nombres y otras personas en la escena, invita al banquete del Señor a quien quieras. Prepárate para servirles. El amor de Dios manifestado en Cristo Jesús no excluye a nadie. Cristo ha venido para que todos tengan, tengamos vida abundante. “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos”.